viernes, 19 de diciembre de 2008

Ni tanto, ni tan poco...

La gente, en muchos momentos a lo largo de su vida, ha ido siendo víctima de una de las visiones más absurdas concebibles. Cualquiera que lea esto habrá podido ver alguna vez en uno de sus hombros a un personajillo (él mismo) vestido con una túnica de impoluta blancura, un par de alas a juego, chancletas de cuero y una aureola sobre la cabeza... A su vez, si no fuese poco, y tras comprobar que no se ha bebido en exceso, se habrá visto sorprendido con un leve pinchazo en el otro hombro. Efectivamente, mismo personaje, pero disfrazado con una ridícula malla de licra roja, aderezada con unos calzoncillos rojos brillantes por encima. El conjunto se afianza con un tridente (el culpable del pinchazo), un rabo terminado en punta (por detrás), perilla afilada, y un bonito par de cuernos enroscados negros como el carbón. Todo de 'Mango'.

Aparecen de forma instantánea, de la nada, sin demasiado artificio. Me pregunto qué contrato o sueldo tendrán, porque lo mismo te asaltan por el día que por la noche. Quizás están sindicados. Lo que sí es seguro es que son comerciales. La voz del angelito es suave, bondadosa, con eco y cánticos celestiales de fondo. La voz del ser venido de los infiernos es grave, como el crepitar de una barbacoa mortal, o como si escupiera sapos con cada sílaba, como queráis.

Personalmente, esto es una mierda. Te salen esos dos tipos que solo puedes ver tú y te empiezan a dar el coñazo. Que si haz esto, que si haz lo otro, piensa en ella, piensa en ti, la letra pequeña no es importante... Eso sin contar la opinión que puede tener la gente de un tipo que no para de mirarse los hombros como si tuviera caspa.

Qué queréis que os diga, ninguno me convence. Tengo el presentimiento de que acabaré sintiéndome mal si hago caso ciego a cualquiera de los dos. No por el del otro hombro, que habría perdido un cliente, sino por mí. Sentiría que no soy yo mismo...

Yo (me encanta la fuerza de la palabra "yo") he optado por lo siguiente: hacer caso omiso a los dos, ignorarlos, como el que escucha a un perro ladrar o a la vecina comprar zanahorias (que a veces suenan igual), ya se cansarán y dejarán de aparecer. En cambio, he decidido seguir lo que dicta la cabeza del dueño de mis hombros. Para compaginar el dictado, me miro el paquete, así cuando la gente pase, me vea y me siga la mirada, juego a ver a cuánta gente pillo mirándomelo también.

Un saludo.

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